sábado, 12 de marzo de 2011

La muerte de papel

No se como no conocia yo aun a este mexicano increible. Pero realmente vale la pena devorarlo.
Es realmente increible. Lo comparto.
Acabo de leer el blog de Lyla y pienso, que ojala la muerte fuera solo por escrito, ojala solo existiera la muerte de papel.



"Pedro Páramo" de Juan Rulfo (extracto)


¿Te acuerdas, Justina? Acomodaste las sillas a lo largo del corredor para que la gente
que viniera a verla esperara su turno. Estuvieron vacías. Y mi madre sola, en medio de los
cirios; su cara pálida y sus dientes blancos asomándose apenitas entre sus labios
morados, endurecidos por la amoratada muerte. Sus pestañas ya quietas; quieto ya su
corazón. Tú y yo allí, rezando rezos interminables, sin que ella oyera nada, sin que tú y yo
oyéramos nada, todo perdido en la sonoridad del viento debajo de la noche. Planchaste su
vestido negro, almidonado el cuello y el puño de sus mangas para que sus manos se
vieran nuevas, cruzadas sobre su pecho muerto; su viejo pecho amoroso sobre el que
dormí en un tiempo y que me dio de comer y que palpitó para arrullar mis sueños.
Nadie vino a verla. Así estuvo mejor. La muerte no se reparte como si fuera un bien.
Nadie anda en busca de tristezas.
Tocaron la aldaba. Tú saliste.
-Ve tú -te dije-. Yo veo borrosa la cara de la gente. Y haz que se vayan. ¿Que vienen por
el dinero de las misas gregorianas? Ella no dejó ningún dinero. Díselos, Justina. ¿Que no
saldrá del Purgatorio si no le rezan esas misas? ¿Quiénes son ellos para hacer la justicia,
Justina? ¿Dices que estoy loca? Está bien.
Y tus sillas se quedaron vacías hasta que fuimos a enterrarla con aquellos hombres
alquilados, sudando por un peso ajeno, extraños a cualquier pena. Cerraron la sepultura
con arena mojada; bajaron el cajón despacio, con la paciencia de su oficio, bajo el aire
que les refrescaba su esfuerzo. Sus ojos fríos, indiferentes. Dijeron: «Es tanto». Y tú les
pagaste, como quien compra una cosa, desanudando tu pañuelo húmedo de lágrimas,
exprimido y vuelto a exprimir y ahora guardando el dinero de los funerales...
Y cuando ellos se fueron, te arrodillaste en el lugar donde había quedado su cara y
besaste la tierra y podrías haber abierto un agujero, si yo no te hubiera dicho: «Vámonos,
Justina, ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta».
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