sábado, 31 de marzo de 2012

Natura

Ya no sé escribir, me digo. Mis manos se estancan entre las letras. Las letras se doblan y forman espirales que me sujetan los dedos, los dedos no saben desenredarse de ellas. No avanzan.
Pero mientras no sé escribir, escribo. Camino sin caminar, digo sin decir y miro.
La nieve cae por la ventana y es un alivio, siento.
Tan delicada, tan rapida, buscando desesperadamente donde caer y disolverse. Aunque quizas, me pregunto, a ella no le importe. Quizas a la nieve no le importe donde vaya a caer. Quizas solo se deja ir, se deja mover por el viento que la lleva de a empujones, pero delicadamente... a su destino.
La belleza de los días, sucede alla afuera, me digo.
El otro día llovió, hacía tanto que no llovia! Fue una lluvia tonta, no la tormenta que yo esperaba.Pero era lluvia. Y la lluvia, siempre es bienvenida.
Salí al balcon a recibirla. Me mojé las manos, me las llevé al pecho y la absorví toda. Mi pecho sediento de lluvia se la bebió por completo.
Siempre creí que la lluvia era una manera de expresarse de la tierra, como si fuera una bicha grande que se mueve y nos mueve con ella.
La tierra llueve cuando quiere desprenderse de algo, cuando quiere gritar truena y relampaguea de ira. A veces su lluvia es boba, como en Estocolmo, no se anima a gritar de llanto. Llueve como con verguenza.
Pero todavía no entiendo, por inexperiencia, que querrá decirme con la nieve. Con esas gotitas blancas que vuelan sin direccion. ¿Qué me estará diciendo la vida?

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